Dr. Eduardo Peña Fernández
Dr. Santiago Yepez
Facultad de Ciencias Forestales
Universidad de Concepción
Chile, en los últimos 10 años se encuentra bajo una severa sequía, el déficit de precipitación varía entre un 10 a 45%, aunado a un aumento sostenido de la demanda de agua y a una mayor pérdida de reservas por procesos de evapotranspiración en los ecosistemas, principalmente por efectos de la variabilidad climática.
Por ello, muchas comunas a lo largo del país están siendo afectadas por la escasez de este vital líquido, necesario para el consumo humano, lo cual acentúa el conflicto entre el sector productivo y la comunidad. En esta crisis se ha instalado un discurso que apunta a un problema de “saqueo y no sequía”, generando así la idea de que basta con que los que tienen derechos de agua liberen el acceso al recurso, para que el problema se solucione. Lo cual puede ser efectivo en algunos casos donde se requiere abastecer de agua potable a las comunidades, ya que se trata de un bien nacional y de uso público.
Sin embargo, el problema real sobre la escasez de este recurso, no viene necesariamente por los derechos del agua, sino porque en definitiva la precipitación y recarga de agua al suelo ha disminuido considerablemente en los últimos 10 años, especialmente en la zona mediterránea de Chile.
En el caso de la recarga de agua en el suelo, aun cuando llueve hay varias razones por la cual falla la recarga de agua subterránea, entre ellas está la reducción de un 50% de la superficie boscosa antigua con suelos con alto contenido de materia orgánica, similar nivel de pérdida es para los humedales, siendo ambos fundamentales en regular el ciclo hidrológico.
Por otro lado, el uso productivo de los suelos reduce la materia orgánica, disminuyendo la capacidad de retención de agua, capacidad que se ve altamente superada por un régimen de precipitación de alta intensidad en corto tiempo, que facilita el escurrimiento superficial y no la infiltración, de allí la tendencia a ocurrir crecidas e inundaciones. La impermeabilidad de las ciudades y toda la expansión de la infraestructura humana sobre el corredor fluvial agravan el problema.
A las dificultades anteriores para retener el agua en el suelo, se suma la presencia de una mayor temperatura promedio intensificada en los últimos años por efectos del cambio climático, lo cual genera mayor evaporación del suelo y mayores pérdidas por transpiración de la vegetación.
El aumento en la pérdida por transpiración de la vegetación casi no se menciona en la mayoría de los estudios que se realizan actualmente. Siendo esto lo que aborda esta breve nota, la transpiración que es un flujo imperceptible pero vital para el planeta, al menos 80% del agua presente en la atmósfera es aportada por la transpiración. Por ejemplo, se estima que la selva amazónica genera verdaderos ríos de vapor en la atmósfera, incluso mayor al flujo de agua que genera el río amazonas. Sin duda que el flujo de humedad que aportan las plantas es positivo para los ecosistemas, pero en años de sequía aumentan las pérdidas de agua desde el suelo.
En verano un bosque puede transpirar 1 a 3 mm/día, esto equivale entre 10 a 30 ton/ha/día de agua que es extraída desde el suelo. Por ejemplo, el bosque templado caducifolio de Arauco (dominado por robles) durante diciembre y enero, cuando es la mayor demanda de agua, su transpiración varía entre 2 a 3 mm/día, lo que es una gran pérdida de agua en meses que prácticamente no llueve.
Por eso, después de los grandes incendios del 2017, al quemarse la vegetación se detuvo la transpiración, el resultado final fue que en vertientes y pequeños esteros que estaban secos a los 7 a 8 días comenzó a fluir agua nuevamente. Este flujo de agua es algo absolutamente lógico porque la vegetación no transpiró las 20 ton/ha/día (promedio) y en 8 días dejó 160 ton/ha de agua disponible en el suelo, fluyendo ésta hacia las vertientes que estaban secas.
Esta mayor disponibilidad de agua explica también la rápida respuesta del rebrote posincendio en las especies que fueron afectadas por el fuego, ocurriendo esto desde la tercera semana, el rebrote crece en una temporada, hasta 2 m en nativo y 4,5 m en eucalipto, por la mayor agua disponible y porque lo abastece un sistema radicular de gran tamaño con relación al tamaño del rebrote.
Los árboles en el verano extraen el agua desde varios metros de profundidad, pero la actual sequía y la extracción de agua mediante pozos, están llevando la napa freática y el flujo capilar de agua en el suelo mucho más allá del alcance de las raíces, el 90% de las raíces se encuentra en los primeros dos metros del suelo. Por ello, está ocurriendo un incremento en la mortalidad de árboles centenarios en la zona centro y norte de Chile.
Ante la crisis hídrica la mayoría de las personas ve como una parte de la solución restaurar la vegetación nativa por sus efectos favorables en la regulación del ciclo hidrológico, porque efectivamente los suelos con bosques antiguos retienen e infiltran mejor el agua que cualquier otra condición de suelo.
Si bien, la capacidad de retener e infiltrar agua, el bosque nativo la logró a lo largo de miles de años, cuando el régimen de precipitación disminuye, esta excelente regulación se pierde, principalmente por una condición de sequía intensa, donde los árboles que extraen agua a grandes profundidades producen mayores pérdidas que aporte a la recarga natural.
En el escenario anterior, de limitada capacidad de abastecimiento de agua en el suelo y alta transpiración, es evidente que la vegetación arbórea y arbustiva es un factor más que agudiza la crisis hídrica. Por ello, mientras se mantenga esta severa sequía, en las zonas más afectadas, no será posible continuar con la restauración de la vegetación nativa. Además, en la actual condición de sequía las especies nativas no sobreviran los primeros veranos.
En la Región del Biobío, y en otras regiones más al norte la mortalidad es superior al 50%. Incluso, para mitigar el problema de sequía y favorecer a las cuencas proveedoras de agua se debiera reducir la densidad de árboles, al disminuir el número de árboles el rendimiento hídrico aumenta en promedio un 30%. En Sudáfrica después del raleo de una plantación, la napa freática se incrementó entre 2 a 5 m.
Cuando los regímenes de precipitación regresen a su normalidad, que ojalá efectivamente ocurra, aunque es algo incierto, se deberá continuar con la restauración de la vegetación nativa, que es absolutamente necesaria por una serie de servicios ecosistémicos que aporta.
Pero se debe tener presente que para que esta vegetación tenga un efecto positivo en mejorar la infiltración de agua deberán pasar muchos años aportando materia orgánica, dado que formar un centímetro de suelo toma alrededor de 100 a 500 años, siendo necesario que el suelo en sí sea profundo. Además de la restauración de vegetación, otras acciones adicionales a aplicar son: recuperar humedales y realizar múltiples pequeños tranques para retener el agua. Incluyendo, la realización de trabajos de subsolado o cultivo del suelo, adicionar materia orgánica para recuperar la actividad de los organismos del suelo, los cuales mejoran la retención e infiltración de agua.
La restauración de vegetación nativa y acciones que mejoren la retención del agua no serán eficaces, si no se logra reducir las emisiones de gases invernadero, si no se evita la pérdida de las superficies boscosas en general y realizar un uso más eficiente del agua, especialmente se debe avanzar en la concientización de la población sobre la escasez del recurso y la importancia del ahorro y reciclaje del agua.
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